Mi madre y sus hermanas
preñando la casa de hijos.
Amamantando de alegría nuestros miedos…
Siempre íbamos a esa casa en invierno. También cuando la primavera reventaba mis mañanas. Veo el caballo libre y los tendederos de ropa blanca; aquél olor de algodón virgen que cruzaba nuestro campo.
En aquella casa leí cien años de soledad.
14 años escondidos en el huerto. Con el corazón abierto en cada página.
Si te pillan te la cargas, decía mi prima; pero yo no podía dejar de leer.
Y me la cargaba…
A veces, salía al tendedero a soñar entre la ropa dormida. Blanca luz que rajaba el aire. Pensaba en esa escena en que la que la mujer se eleva entre las sábanas. Y esperaba…
Le robé el libro a mi primo. Aquel chico mayor que vivía en Europa y que tenía una habitación para él solo. Entraba arrastrándome entre las camas.
Ratita
de rodillas
arañadas.
Y mis tías me castigaban.
Mi madre callaba; ella me intuía. A veces preocupada, suspiraba: la niña escribe cosas raras. ¡Pues que no lea tanto!, gritaban mis tías de pechos rebosantes. Que lo que lee no es para su edad.
Y yo abría los ojos, cada día más.
Y cerraba la boca.
Y me escondía a leer y a escribir
(cosas raras…).
yolandaquerecuerda
Experta en visibilidad femenina y Redes Sociales. Escritora de 19 libros, conferenciante, empresaria y poeta. Profesora de Postgrados en La Universidad de Cantabria. Marca personal creativa y humanista. Coach ejecutiva y de equipos certificada.
Presentadora y dinamizadora de eventos.
“A mayor tecnología, más necesidad tenemos de humanizarla”
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2 Comments
Cosas raras, pero bonitas.
Me gusta tu estilo.
Saludos.
dios bendiga las cosas raras si por ellas aquí estás, estamos 🙂