Paquita, cuéntame, que nado mejor…

Paquita tendrá unos 70 años.

Va a nadar tres días a la semana, a las 8 de la mañana, como yo.

Nos vemos siempre al terminar, en los vestuarios, empapadas de olas inventadas y de músculos tensos de amar el agua. Cada una en su calle y a su ritmo pero sabiéndonos; que eso es muy hermoso.

 

Paquita me tiene enamorada….

 

No tuvo pareja. Su madre murió y ella, que era la hembra mayor (qué palabra más hermosa a veces y más cruel otras) cuidó a su padre y a sus hermanos y los casó a todos. Era su obligación, por supuesto, ¿o alguien lo pone en duda…?

Cuando la vida parecía que por fin tenía un orden lógico, su hermana, joven viuda, murió y le dejó tres hijos a ella, sin necesidad de parir.

La historia de la muerte os la cuento otro día porque fue tan trágica y tan dulce que me la cuenta a menudo. A ella le hace bien contar. Los mayores necesitan testigos de sus recuerdos.

Paquita sufrió una depresión el verano pasado. La vida le había enseñado que solo se vive para trabajar y cuidar a los demás pero no a que cuando los demás se fueran a vivir su vida, se quedaría sola.

Ella, tan acostumbrada a remendar el mundo…

 

La ingresaron en el centro de día y cada día, desde las 9,30 hasta las cinco de la tarde, vivía allí.  Era delicioso acercarla en el coche a su casa después de la piscina, con su bolsa sobre las rodillas mientras me agradecía que así llegaría antes y no tendría que ir corriendo por miedo a que el bus que la recogía tuviera que esperarla.

Ella, que se ha pasado la vida esperando…

A Paquita la curaron los besos de las cuidadoras, de los enfermeros y de las cocineras, del director, de los limpiadores y hasta de las paredes, que le susurraban la bienvenida cada mañana.

Ahora, ya recuperada y en casa, le han asignado una maravillosa profesional que va tres horas cada día. La ayuda en lo que ella no puede hacer y, sobre todo, en esas gestiones tan complejas como pueden ser pasear, dar de alta una línea de teléfono, o reclamar la factura de la luz, aparte de cargar una bolsa de la compra con escasa comida para una mujer sola.

 

El lunes me aseguraba, con lágrimas (las dos, claro, que llorar por algo hermoso es una bendición) que la mujer que venía cada día a su casa era mejor a que le hubiera tocado la lotería.

Volviendo a casa valoré mil veces esta observación.

Paquita lleva razón; el cariño, la ternura y el amor, no se compra con dinero porque eso nace de los profesionales tan infinitos que tenemos en este país. Ellos son más que la lotería para miles de familias.

 

Por ellos va mi día de hoy. Y por Paquita, porque me recuerda que no tendremos futuro sin el pasado de nuestros mayores. Ellos son nuestra historia. 

 

 

 

Feliz martes, queridos amigos, feliz “hornada”

Me voy a nadar,que con mujeres así como no voy a estar motivada para ello… 🙂

Benditos mayores que nos enseñan tanto.

Que este día os traiga mucho, mucho cariño, que es lo que nos hace gigantes.

 

3 Comments

  1. Virginia dice:

    hermoso y las lagrimas me impide ver el teclado,pero es una vida hermosa,y cuantas ay por estos mundos de dios…gracias querida amiga,un gran abrazo de doler y reconfortar

  2. Enrique J. Valdivia dice:

    Precioso testimonio. A mi tb se me han saltado las lágrimas. Por mí trabajo( soy maestro de adultos), escucho muchas historias de sacrificio como la de Paquita. Historias que merecen la pena ser contadas, con la sensibilidad y la dulzura de ésta… No habrá futuro, si nos desprendemos de nuestro pasado…

    • yolanda dice:

      Enrique, muchas gracias por tus palabras, tan valiosas para esta entrada…
      Y gracias infinitas por encontrar en las mías todo el amor y respeto que hay en ellas.
      Un abrazo enorme.

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